Cambiar es un emprendimiento difícil para muchas personas. Dejar atrás lo que conocemos, abandonar la inercia de nuestra vida y dejar de lado muchos de nuestros hábitos y costumbres, es un desafío que no todo el mundo está dispuesto a enfrentar.
Yo he tenido muchos cambios en mi vida y todavía siento el cosquilleo y el nerviosismo de la incertidumbre por lo que vendrá.
Recuerdo cuando estaba en aquel vuelo de VIASA con destino a Venezuela. Nunca había estado en ese país y no tenía visa para entrar. Pero era el único destino que me separaba de tener que regresar a Cuba.
Después de haber viajado fuera de Cuba varias veces y haber regresado, había tomado la decisión de no hacerlo esta vez. Mi motor y motivación eran el futuro de mis hijas y de mi familia, así como la necesidad de hacer algo útil con el resto de mi vida.
Claro que siempre había tenido esas motivaciones pero a pesar de haber tenido oportunidades de exiliarme, no había tenido el valor necesario para tomar las decisiones adecuadas. ¿Por qué? Primero porque en Cuba, sólo era posible emigrar sin la familia y de manera furtiva. Y yo no podía reconciliarme con la idea de vivir lejos de los míos.
Cada vez que pensaba en exiliarme sin mi familia, me atacaban las mismas emociones, los mismos bloqueos:
- Temor a lo que me sucedería si me descubrían. Lo más seguro es que fuera a la cárcel, si no perecía en el intento.
- Temor a vivir en un país extraño con costumbres muy diferentes a como se vivía en Cuba.
- El apego a vivir juntos mis hijas, verlas crecer y estar allí para ellas.
- La tristeza de tener que vivir lejos de mis mejores amigos: mis padres.
- El miedo a una re-unificación familiar difícil y dolorosa o imposible.
Estas y otras ideas me mantuvieron postergando mi salida por varios años.
Cuando estaba en ese avión de VIASA, me había decidido. Sin embargo, todos los miedos posibles pasaban por mi mente. No pude pegar un ojo en todo el vuelo, no vi televisión, no tenía móvil para distraerme. Y la única manera que encontré de pasar esas largas 9 horas de vuelo, fue estudiando los diarios y revistas de Venezuela y marcando clasificados de trabajo y alojamiento. Aunque en realidad, no tenía muchas opciones con mi escaso capital 500 dólares.
Gracias a esta decisión difícil y atemorizante, mi familia y yo disfrutamos unos años grandiosos, acariciados por la hospitalidad de Venezuela.
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Mi punto es, que debes tomar las decisiones correctas aún cuando tengas sensaciones confusas, miedos, apegos e incertidumbre por el resultado.
Pero lo más difícil es ¿cómo saber cuál es la decisión correcta? Yo no tengo la respuesta a esa pregunta, porque siempre será una cuestión personal y dependiente del contexto en que se desarrollen los acontecimientos. Lo que sí puedo es, ayudarte a entender qué es lo que te mantiene aferrado a lo conocido.
Haz este ejercicio y elige con cuál opción te identificas.
En este momento, ante esta posible decisión de cambio, siento que:
Es mejor malo conocido que bueno por conocer: Sabes que no estás bien, pero el temor al cambio es muy grande. Ni siquiera te animas con la posibilidad de un futuro mejor. Estás resignado.
Es mejor malo conocido que malo por conocer: Sabes que no estás bien, pero crees que si haces un cambio, no vas a mejorar en nada. Para ti las cosas son como son y siempre lo serán. Estás pesimista.
Es mejor bueno conocido que bueno por conocer: Sabes que estás bien, por eso no aprecias otras oportunidades que podrían ser igual de buenas o mejores. Recuerda que lo que no crece, perece.
Es mejor bueno conocido que malo por conocer: Sabes que estás bien, y no estás dispuesto a echarlo a perder con una mala decisión. Asegúrate de que no estás en la situación anterior. Podrías estar negándote una buena oportunidad.
Yo pasé de la 4ta a la 1ra antes de elegir cambiar.
Una vez que reconozcas donde estás, podrás elegir mejor cómo enfrentar el cambio. Si lo abrazas o lo dejes ir no es lo importante. Sino que sea tu decisión consciente.
Pregunta: ¿Cuánto le temes al cambio?